En niños y adolescentes, la inestabilidad emocional puede exteriorizarse en conductas agresivas, uso de lenguaje inapropiado, incumplimiento de normas y reglas, cambios emocionales bruscos, dificultad en la relación entre pares y con adultos, etc. De acuerdo a algunos estudios, estas conductas pueden ser un factor que incide en el rendimiento académico y actitudinal, resultados que son motivo de preocupación y cuestionamiento de padres y docentes. Al indagarse por las razones y/o causas de los factores mencionados, se observa que a veces son detonados por situaciones de interrelación familiar como alcoholismo de los representantes o padres, violencia física y psicológica, discriminación, migración, sobreprotección y negligencia por parte de los padres o personas encargadas del cuidado de niños y adolescentes, entre otras problemáticas.
¿Qué es una emoción?
A continuación, y antes de abordar el tema de la inteligencia emocional, se realiza la revisión de algunas conceptualizaciones del término emoción.
- De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española, emoción es la “alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática”.
- Marshall (1999, citado por Zabala, 2009, p. 172) señala que las emociones “son fenómenos subjetivos multidimensionales. Son respuestas biológicas, reacciones fisiológicas que preparan al cuerpo para la acción adaptativa. Son funcionales. Son fenómenos sociales que comunican nuestras experiencias emocionales”.
- Según Sroufe (1997, citado por Papalia et al., 2004, p. 207), las emociones “son reacciones subjetivas a la experiencia, las cuales se asocian con cambios fisiológicos y conductuales”.
Las definiciones presentadas resaltan que las emociones son una capacidad que posee el ser humano para experimentar diferentes sensaciones transitorias ligadas a la cognición y a lo fisiológico.
¿Qué es la inteligencia emocional?
Mayer y Salovey, de la Universidad de New Hampshire y de la Universidad de Yale, respectivamente, definieron a esta inteligencia como “la habilidad para percibir, valorar y expresar emociones con exactitud; la habilidad para acceder y/o generar sentimientos que faciliten el pensamiento; la habilidad para comprender emociones y el conocimiento emocional; y la habilidad para regular las emociones promoviendo un crecimiento emocional e intelectual” (Mayer y Salovey, 1997, citado por Romero, 2008, p. 73).
En el desarrollo de su trabajo, Mayer y Salovey relacionaron a la inteligencia emocional con la social, que abarca la habilidad de manejar nuestras propias emociones y las de los demás, además de la de discriminarlas, proporcionándonos información para guiar nuestro pensamiento y nuestras acciones (1990, citado por Núñez et al., 1998, p. 25).
Para estos autores, “la inteligencia emocional incluye la evaluación verbal y no verbal, la expresión emocional, la regulación de la emoción en uno mismo y en los otros y la utilización del contenido emocional en la solución de problemas” (Mayer y Salovey, 1993, citado por Núñez et al., 1998, p. 26). Además, consideran que la inteligencia emocional se conceptualiza a través de cuatro habilidades básicas, que son “la habilidad para percibir, valorar y expresar emociones con exactitud; la habilidad para acceder y/o generar sentimientos que faciliten el pensamiento; la habilidad para comprender emociones y el conocimiento emocional; y la habilidad para regular las emociones promoviendo un crecimiento emocional e intelectual” (Mayer y Salovey, 1997, citado por Fernández y Extremera, 2005, p. 68).
Goleman (1995, citado por Bisquerra, 2003, p. 19) recopilando las aportaciones de Mayer y Salovey (1990), considera que la inteligencia emocional es:
“1) Conocer las propias emociones: el principio de Sócrates ‘conócete a ti mismo’ … tener conciencia de las propias emociones; reconocer un sentimiento en el momento en que ocurre. Una incapacidad en este sentido nos deja a merced de las emociones incontroladas. 2) Manejar las emociones:
… a fin de que se expresen de forma apropiada se fundamenta en la toma de conciencia de las propias emociones. La habilidad para suavizar expresiones de ira, furia o irritabilidad es fundamental en las relaciones interpersonales. 3) Motivarse a sí mismo: una emoción tiende a impulsar una acción … El autocontrol emocional conlleva a demorar gratificaciones y dominar la impulsividad, lo cual suele estar presente en el logro de muchos objetivos. Las personas que poseen estas habilidades tienden a ser más productivas y efectivas en las actividades que emprenden. 4) Reconocer las emociones de los demás: el don fundamental es la empatía, la cual se basa en el conocimiento de las propias emociones. La empatía es el fundamento del altruismo. Las personas empáticas sintonizan mejor con las sutiles señales que indican lo que los demás necesitan o desean … 5) Establecer relaciones: el arte de establecer buenas relaciones con los demás es, en gran medida, la habilidad de manejar sus emociones. La competencia social y las habilidades que conlleva son la base del liderazgo, popularidad y eficiencia interpersonal. Las personas que dominan estas habilidades sociales son capaces de interactuar de forma suave y efectiva con los demás (Bisquerra, 2003, p. 19).
Las habilidades señaladas por Goleman fueron tomadas para proponer la “teoría de ejecución” de competencias emocionales aplicadas al ámbito laboral y empresarial. Este autor considera que, a más del coeficiente intelectual, conocimientos y experiencias constituyen las competencias emocionales que determinan el éxito, además de que la inteligencia emocional puede desarrollarse desde la niñez hasta la vejez.
¿Es posible la educación emocional?
La educación emocional tiene como objetivo lograr un clima de felicidad y paz en el hogar, lo cual se alcanza si sus miembros gozan de bienestar personal y si la interrelación entre ellos es satisfactoria (García, 2011, p. 206). Promover el desarrollo emocional de los hijos significa educarlos para el presente y futuro (p. 206). Los padres deben ayudar al desarrollo de la conciencia emocional, la regulación de las emociones, la autoestima y autonomía emocional, la tolerancia a la frustración, el sentido de la responsabilidad, la aceptación de los límites y los fracasos, etc. (p. 206). Goleman señala que:
“la vida en familia supone nuestra primera escuela para el aprendizaje emocional: en tan íntimo caldero aprendemos qué sentimientos abrigar hacia nosotros mismos y cómo reaccionarán otros a tales sentimientos; cómo pensar acerca de esos sentimientos y qué elecciones tenemos a la hora de reaccionar; cómo interpretar y expresar esperanzas y temores. Esta escuela emocional funciona no sólo a través de lo que los padres dicen o hacen directamente a los niños, sino también en los modelos que ofrecen a la hora de manejar sus propios sentimientos y aquellos que tienen lugar entre marido y mujer” (1999, citado por Bisquerra, 2013, p. 206).
El rol que cumplen los padres en el desarrollo de sus hijos es muy importante; como varios estudios indican, los vínculos afectivos entre madre e hijo se crean desde su concepción, por lo que la estabilidad emocional de la madre durante el embarazo aporta al desarrollo saludable del bebé y durante la primera infancia provee al niño de seguridad y le permite atender sus necesidades primarias (alimentación, afecto y cuidado) lo que se ve reflejado en un apego seguro, de acuerdo a la teoría de Bowlby.
Salovey resalta que, en el contexto educativo, los estudiantes tienen que recurrir a las habilidades emocionales para adaptarse. De igual manera, los docentes deben emplear su inteligencia emocional en el ejercicio de su rol, para guiar con éxito sus propias emociones y las de sus estudiantes.
Como se discutió anteriormente, tanto Mayer y Salovey como Goleman presentaron, en sus investigaciones, las habilidades que deben ser desarrolladas en las personas desde su infancia hasta la adultez y su importancia en la interrelación. A su vez, esto ha motivado a otros investigadores a analizar la correlación del desarrollo de la inteligencia emocional en las relaciones interpersonales, la aparición de conductas disruptivas y el rendimiento académico, con algunos resultados como los que se citan a continuación:
- Inteligencia emocional y las relaciones interpersonales: una óptima inteligencia emocional nos ayuda a ser empáticos con los que nos rodean y manejar sus estados emocionales, partiendo del conocimiento y dominio de las propias emociones, lo que va a permitir establecer y mantener relaciones interpersonales de calidad (Fernández, 2008, pp. 429-430).
- Inteligencia emocional y aparición de conductas disruptivas: es lógico que estudiantes con bajos niveles de inteligencia emocional presenten dificultades en su comportamiento y en sus habilidades interpersonales por la impulsividad con la que respondan ante diversas situaciones de interrelación con sus pares; además, algunos autores consideran que los estudiantes con inteligencia emocional baja son vulnerables al consumo de sustancias psicotrópicas y a la autoagresión (Fernández, 2008, p. 431).
- Inteligencia emocional y rendimiento académico: la atención que se dé a las emociones, la identificación de sentimientos y la capacidad de manejo del estado de ánimo van a influir en el estado mental y equilibrio psicológico de los estudiantes y esto a su vez en su rendimiento académico. En el caso de estudiantes con escasas habilidades emocionales, estos tienen más probabilidad de experimentar dificultades emocionales y estrés, lo que afectará en su desempeño educativo (Fernández, 2008, pp. 430-431).
Educar emocionalmente a niños y adolescentes es posible: los padres y docentes, a partir de sus habilidades emocionales, pueden desarrollar en sus hijos y en estudiantes la inteligencia emocional a través de la educación por imitación, es decir, convertirse en un referente para las relaciones interpersonales, promoviendo espacios para la identificación y manifestación de emociones, promoviendo la regulación y manejo de emociones con ejercicios de respiración y con técnicas de arteterapia que permitirán al niño y al adolescente reflejar sus emociones.
Conclusiones
La educación enfoca la formación del educando en la enseñanza y aprendizaje teórico, le brinda herramientas cognoscitivas e intenta tomar sus experiencias de vida como ejemplos de temas en matemáticas, lenguaje, ciencias sociales y naturales, etc. Sin embargo, también se requiere de una mirada al sentir, es decir, a las emociones que irán surgiendo al estar los niños y adolescentes inmersos en las relaciones cotidianas con la comunidad educativa. Como una arcilla que el alfarero moldea, en función de sus conocimientos, emociones y requerimientos del otro, va tomando estructura nuestro ser docente o psicopedagogo.
El rol del profesional en el sistema educativo implica un trabajo de conocimiento y autoconciencia del origen personal, así como la resolución de cuestionamientos como ¿de dónde vengo? ¿Quién soy? ¿Qué deseo? ¿Para qué estoy aquí y ahora? Asimismo, hay malestares que pueden irse presentando en el ámbito laboral, porque somos seres humanos que sentimos y no podemos deslindarnos de nuestras emociones, sentimientos y necesidades. Sin embargo, los estudiantes confían en nuestro saber para ser guiados en los procesos de enseñanza-aprendizaje, por lo que tenemos el compromiso moral y ético de averiguar que hay más allá para acompañarlos en sus avances.
En Del ser al hacer: Los orígenes de la biología del conocer, Humberto Maturana plantea que “el que afirma que conoce un procedimiento con validez eterna para liberarnos del dolor y sufrimiento, inevitablemente desaprobará mis ideas. Nadie está en condiciones de determinar sistémicamente lo que pasa al interior de otra persona” (Maturana y Pörksen, 2008, p. 133). Esta frase nos invita a la reflexión sobre el ejercicio laboral y la responsabilidad que se asume en el rol docente o psicopedagógico que ha tomado fuerza desde el humanismo, ya que cada persona es un ser diferente y, pese a que acaso tengamos las metodologías, los recursos didácticos y los conocimientos “válidos” –para nuestro criterio–, ello no nos da la omnipotencia de resolver o satisfacer todos los cuestionamientos, los intereses y las necesidades de los estudiantes. Es importante también educar desde las emociones y aportar al desarrollo integral de niños y adolescentes..
Autora: Tania Villacis
Docente – Investigadora UNAE
Licenciada en Ciencias de la Educación mención Psicóloga Educativa Terapéutica. Magíster en en Psicoterapia del Niño y la Familia. Doctoranda en Psicología. Email: tania.villacis@unae.edu.ec
Referencias bibliográficas
- Bisquerra, A. R. (2003). Educación emocional y competencias básicas para la vida. Revista de Investigación Educativa, 21(1), 7-43.
- Fernández, B. P. y Extremera, P. N. (2005). La Inteligencia Emocional y la educación de las emociones desde el Modelo de Mayer y Salovey. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 19(3), 63-93.
- García, N. E. (2011). La educación emocional en la familia. En R. Bisquerra, Educación emocional: propuestas para educadores y familias (pp. 205-248). Bilbao: Desclée de Brouwer.
- Maturana Romesín, H y Pörksen, B. (2008). Del ser al hacer: Los orígenes de la biología del conocer. Buenos Aires: Granica.
- Núñez, M. T. S., Fernández-Berrocal, P., Rodríguez, J. M., y Postigo, J. M. L. (2008). ¿Es la inteligencia emocional una cuestión de género? Socialización de las competencias emocionales en hombres y mujeres y sus implicaciones. Electronic Journal of Research in Educational Psychology, 6(2), 455-474.
- Romero, M. (2008). La inteligencia emocional: abordaje teórico. Anuario de Psicología Clínica y de la Salud, 4, 73-76.
- Zabala, M. A. (2009). Corazón y razón en armonía: inteligencia emocional en alumnos con aptitud intelectual. México: Plaza y Valdés S.A.