Desde el surgimiento de la pedagogía activa, como un intento por erradicar los rasgos propios de la escuela tradicional, diversos teóricos del campo educativo han manifestado que la práctica docente debe estar centrada en las necesidades y en los intereses de nuestros estudiantes para garantizar un proceso educativo de calidad. Esta visión, generalmente, nos ha parecido valiosa y pertinente; sin embargo, si interrogamos nuestro accionar: ¿Cuántas veces hemos dedicado tiempo de la clase a preguntar a nuestros estudiantes por sus intereses y necesidades? ¿En algún momento nos detuvimos a reflexionar sobre aquello por lo que se sienten motivados? Probablemente, nuestras respuestas nos ayuden a repensar la práctica pedagógica y analizar qué tan pertinentes son los propósitos, los contenidos, las metodologías, los recursos y la evaluación que diseñemos para el trabajo con nuestros grupos de clase.
Para Escobar (2007), la práctica profesional docente “constituye un proceso complejo en el que confluyen múltiples factores que van a incidir en la concreción de teorías, lineamientos, políticas; es decir, en el logro de los fines educativos” (p.183). En este contexto, el rol del docente juega un papel importante para alcanzar aquello que marcará la formación de sus estudiantes; es por esto que, al momento de definir los propósitos educativos, se deberá determinar si lo que se propone está pensado desde la realidad de los estudiantes y responde a las particularidades del contexto en el que se desarrollan.
Un elemento importante, motivo de reflexión de los docentes, es sin duda lo referente a los contenidos que se trabajarán con el grupo de clase, pues, si bien existe un marco curricular nacional en el que se definen lineamientos que orientan la práctica de los profesores desde un nivel macro hasta la concreción microcurricular en el aula, nivel en el que se determinan con precisión las destrezas que deben alcanzar los estudiantes de acuerdo al subnivel educativo en el que se encuentran, es importante valorar en qué medida se vuelve imprescindible para nuestros estudiantes aquello que se propone desde el documento prescriptivo.
Una vez que se identifiquen los contenidos que los educandos necesitan estudiar, es necesario seleccionar aquellas formas que posibiliten la comprensión de dichos contenidos de estudio, no solo a nivel cognitivo, sino también actitudinal y procedimental. Es aquí en donde juegan un papel importante las estrategias didácticas que se escojan para la práctica en el aula, definidas por Bixio (2001) como el “conjunto de las acciones que realiza el docente con clara y explícita intencionalidad pedagógica” (p. 35). Aunque existe una amplia gama de posibilidades para seleccionar, son sin duda las que propician la participación activa de los estudiantes aquellas que se adaptan mejor a la realidad actual.
Nuestros estudiantes no pueden seguir aprendiendo de la misma forma en la que lo hacían quienes aprendieron en el siglo XX. Nuestra labor como docentes es innovar y proponer nuevas formas de trabajo que dinamicen el proceso de enseñanza aprendizaje y en las que se reconozca el papel activo y protagónico del estudiante, desde su realidad contextual. Para ello, debemos brindar los espacios y las herramientas que posibiliten que los estudiantes interactúen, experimenten, compartan con sus compañeros, exploren diferentes escenarios, lean textos y se sientan a gusto, comprometidos y motivados por ir al centro educativo, pues, si un estudiante está convencido que en su escuela aprenderá algo que le será útil en su vida, será mucho más sencillo propiciar verdaderos espacios que ayuden a la construcción colectiva del conocimiento a partir de vivencias y experiencias previas.
Teniendo en cuenta lo anterior, se vuelve urgente analizar nuestra práctica y reflexionar sobre qué tan acertadas son las actividades que se llevan a cabo en las aulas de clase, así como empezar a escuchar la voz de los estudiantes y reconocerlos como sujetos activos, capaces de dibujar las pinceladas necesarias para plasmar esta gran obra: la educación.
Autora: Marcela Garcés Chiriboga
Docente – Investigadora UNAE
Licenciada en Educación General Básica, Magíster en Pedagogía – Universidad Técnica Particular de Loja, Estudiante del Doctorado en Educación, línea de Investigación: Didáctica- Universidad de Islas Baleares-España. Email: marcela.garces@unae.edu.ec
Referencias
- Bixio, C. (2001). Enseñar a aprender. Rosario: Homo Sapiens.
- Escobar, N. (2007). La práctica profesional docente desde la perspectiva de los estudiantes practicantes y tutores. Acción pedagógica, 16(1), 182-193.